En tan breve expresión queda reflejado el corazón de un hombre que tuvo el valor de entregarse por entero, de dar todo lo que tenía y todo lo que era, respondiendo a la llamada de Dios para anunciar su amor. Sin embargo, semejante valor no provenía de su genialidad sino más bien, de su confianza en quien le llamaba a salir de su tierra (cf. Gen 12, 1).
La actitud de cada uno de nosotros, discípulos de Andrés Coindre, debe ser la misma: entrega total, confiando en la misericordia infinita de Dios. Él es el protagonista de esta historia y no nosotros. Este bicentenario es suyo.