Testimonio
Llegamos con incertidumbre, con miedo, con curiosidad, y a medida que pasaron los días fuimos abandonando esos temores. Así nos sumergimos en la inmensidad. Aprendimos del silencio, crecimos en el silencio, escuchamos en él.
Es allí donde Jesús se hizo presente y derramó sobre nosotros toda su grandeza, su amor y su misericordia. Así, impregnados de su amor, comprendimos que la meditación no concluye al abrir los ojos ni volverá a comenzar al cerrarlos. Entonces supimos que no se trataba de un momento sino de un instante eterno, y que ese instante extendería sus rayos a todo nuestro obrar. Entendimos también que el cambio comienza dentro de nosotros y se expande más allá: en el encuentro con el otro a partir de la tolerancia, la comprensión, la empatía y la paciencia.
Comenzamos en el silencio y crecimos como padres, como amigos, como hijos, como personas.
Comenzamos en el silencio un camino de encuentro: con nosotros, con Dios y con el otro.